César Aira (de quien siempre tenemos una buena selección en la librería) pone nuevamente las cosas en su sitio, en este excelente artículo sobre los best-sellers…

Ante todo, y aunque más no sea para paliar un poco la habitual confusión que reina en la materia, convendría hacer una diferencia entre dos usos de la palabra best seller: el primero y más natural, el sentido que podría decirse «etimológico», es el del libro más vendido. Sobre eso, obviamente, no hay nada que decir: cualquier libro puede venderse más que otros, o más que todos los otros, en determinado momento. Las circunstancias más diversas, la moda, la actualidad, la casualidad, pueden llevar a ese resultado. El otro sentido, sobre el que sí convendría reflexionar un poco, es el de best seller como género específico: el libro, generalmente en forma de novela, hecho con vistas al consumo de un público inmediato.

En realidad, ambos sentidos de la palabra pueden reconciliarse si afinamos un poco la traducción. Best seller no es exactamente el más vendido, sino el que se vende mejor. Porque no cuenta sólo la cantidad, sino una cualidad capital de la venta: la velocidad. De ahí que sea erróneo decir que los mayores best sellers son la Biblia y el Quijote. Es cierto que esos libros se han vendido en incalculable cantidad (aunque en el caso de la Biblia, para ser justos, habría que descontar los ejemplares regalados con fines de evangelización), pero si la venta se realiza a lo largo de mil años, o de quinientos, el negocio se diluye. De modo que nos quedaríamos con una res regalados con fines de evangelización), pero si la venta se realiza a lo largo de mil años, o de quinientos, el negocio se diluye. De modo que nos quedaríamos con una definición unificante del best seller: el libro que se propone, y logra, ser vendido mucho y rápido.

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