Ya llegó otro 23 de abril para recordarnos la importancia de la lectura en nuestras vidas, cómo nos atraviesa y hasta qué punto nos construye. Esta es una necesidad que se ha vuelto más acuciante incluso en los últimos tiempos en los que la imagen traza los contornos de nuestra imaginación. Millones de libros, objetos de calado silencioso, están siempre esperando a ser abiertos para dialogar, interpelarnos, hacernos reflexionar, divertirnos y emocionarnos. Su valor y el del acto de leer son fundamentales para nuestras sociedades, como nos recuerda Irene Vallejo en su Manifiesto por la lectura (Siruela, 2020):

Como nosotros mismos y nuestras esperanzas, los libros son frágiles. Si repasamos las grandes catástrofes de la historia, lo más lógico y probable hubiera sido que el conocimiento recogido en los libros desapareciera, víctima de guerras, epidemias y saqueos. Sin embargo, a lo largo del tiempo, un silencioso río de hombres y mujeres valientes los ha salvado una y otra vez de la destrucción. De alguna forma misteriosa y espontánea, la necesidad de leer ha forjado una sigilosa lealtad entre gente que, sin conocerse, ha empeñado sus esfuerzos en preservar el caudal de nuestros mejores relatos, sueños y pensamientos. Personas unidas por el deseo de proteger los libros. Y, frente a los profetas de la extinción, nosotros sabemos que este antiguo amor anónimo los seguirá salvando.

Disculpen. Seguimos leyendo. ¡Feliz Día del Libro! ¡Felices lecturas!