Después de varios meses de trabajo junto al editor Fernando A. Blanco, ya tenemos en nuestra librería La vida imitada: narrativa, performance y visualidad en Pedro Lemebel, un intenso y sugerente volumen sobre la vida y la obra del escritor y performer chileno. Esta compilación de materiales lemebelianos reivindica el cariño de quienes compartieron con él parte de su vida, así como la necesidad de visibilizar una figura tan desafiante y política como la suya. El libro combina rigurosos trabajos de estudiosos de renombre (Jorge Ruffinelli, Dieter Ingenschay o Brad Epps) sobre su legado, su activismo y su forma de habitar el mundo, con conversaciones amistosas (públicas y privadas) y testimonios imprescindibles para cualquier persona que quiera abordar su obra. De todos ellos, hoy rescatamos un fragmento del ensayo “Conversación en Radio Tierra” de Ignacio Echevarría. En él, el crítico español analiza y comenta el encuentro entre Roberto Bolaño y Pedro Lemebel en su programa radial Cancionero de Radio Tierra. Dos formas antagónicas de entender y enfrentar la literatura que nos invitan a reflexionar no solo sobre el campo cultural chileno contemporáneo sino también sobre el sentido de la escritura en general.
«La primera pregunta que Lemebel hace a Bolaño se refiere a la radio, un “medio de comunicación que en este país tiene una trayectoria tan extensa”. Lemebel destaca el papel fundamental que la radio desempeñó en la dictadura, actuando en según qué casos como “motor que auspició la vuelta a la democracia, en tanto la televisión fue más bien cómplice del régimen de Pinochet”.
La observación es sin duda justa, pero hasta cierto punto inoportuna, pues plantea tácitamente una cuestión de la que Bolaño, que abandonó Chile a comienzos del año 1974, queda excluido: la de la resistencia interior a la dictadura de Pinochet, en la que Lemebel sí participó, y de manera estentórea.
Lemebel pregunta a Bolaño por su memoria personal de la radio, y Bolaño se remonta, en primer lugar, a su infancia, de la que conserva el recuerdo de su madre o de su abuela oyendo las radionovelas. “Para mí la radio es un sinónimo de tardes en el sur de horas muertas, horas en las que aparentemente no ocurría nada”. En sus recuerdos de infancia incluye Bolaño las emisiones deportivas, particularmente las de fútbol.
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–¿Y qué recuerdos tienes, a modo de chispazo, de la Unidad Popular? Porque eras muy joven entonces…
–Veinte años. Yo recuerdo Santiago, un Santiago más bien espectral, muchachas muy bonitas, rostros a los que yo me había desacostumbrado ya, rostros muy blancos, yo estaba acostumbrado a ver rostros más oscuros…
–Por el sur.
–No, por México.
Bolaño recuerda a Lemebel que, cuando regresó a Santiago en 1973, venía de allí, de una ciudad mucho más grande y diversa que Santiago. A lo que añade, empleando un término que inevitablemente rechina en el oído de Lemebel y su conciencia mestiza:
–Mi impresión es ver mucha gente blanca…
–Más bien pálida, ¿no?
–Sí, más bien pálida. Una marcha cultural que a mí me parecía más bien sospechosa, y en esto meto tanto a la izquierda como a la derecha…
Ahora es Bolaño quien se mete por su propio pie en una cuestión pantanosa, la de las actitudes adoptadas por los intelectuales chilenos con relación a la Unidad Popular.
–¿Te refieres al proyecto cultural de la Unidad Popular? –puntualiza Lemebel, a un tiempo alerta e intrigado.
–Me refiero más bien a los intelectuales de entonces –le replica Bolaño–. A mí no había ningún intelectual chileno que…
Lemebel le interrumpe:
–¿Porque estaban comprometidos con ese proyecto o por sus producciones en especial?
–No. Hay escritores de aquella época que me encantan y que me siguen gustando…
Yo me refiero a los que yo vi, personalmente. Yo no vi a ninguna vaca sagrada. Vi a escritores que estaban preparándose para trepar. No sé si aquí se sigue diciendo esta palabra…
–Sí, claro que sí.
–Y claro, no había gente de derechas. Solo había gente de izquierdas dispuesta a trepar y a trepar y a trepar a como diera lugar. Y bueno, la impresión que eso me dejó fue mala, muy mala.
Lemebel trata de entablar cierta complicidad sobre este asunto:
–Con respecto a eso mismo, a esa característica “chilense” del arribismo cultural, de esta forma, como dices tú, de trepar…
Pero ahora es Bolaño quien le interrumpe:
–Bueno, es que la literatura siempre se ha empleado, o la han empleado algunos personajes, para trepar. La literatura es un camino social, en muchos casos. Lo que pasa es que cuando la literatura es un camino social, y detrás de esa literatura o de esa obra hay calidad, bueno, no tengo nada que objetar. Pero de una forma u otra pervierte a la literatura, pervierte la obra literaria. El arribismo es perverso en sí mismo, y generalmente pervierte lo demás. Pero lo más duro es que esta gente ni siquiera tenía talento. Era una especie de amiguismo y de compadreo, nada más.
La denuncia de Bolaño resulta sin duda demasiado abstracta y generalizada, y Lemebel reacciona con leve susceptibilidad, apuntando muy tenuemente a una cuestión que desde el principio planea a lo largo de toda la entrevista, sin llegar a formularse abiertamente: la de la resistencia interior a la dictadura, a la que ya se ha hecho referencia, así como la represión feroz a que dio lugar.
–Claro, cuando tú dices “esta gente” hay un dejo despectivo también, ¿no? –replica Lemebel–, y pienso que mucha de esa gente ya no está, también…
–No. Incluso muchos de ellos murieron o fueron exiliados, etcétera. Pero el sufrimiento no añade valor literario a una obra. El valor literario a una obra se lo pone el escritor. Si ese escritor ha sufrido mucho, ese es asunto suyo. Igual no ha sufrido nada y hay una obra magnífica. Es decir, el talento no tiene nada que ver ni con las ideologías ni con la situación personal del escritor. El talento se tiene o no se tiene.»