«Ricardo Piglia me esperaba en una habitación roja y negra, envuelto en una atmósfera muy similar a las evocadas en El cementerio marino. Tranquilo, afable, pausado, risueño, siempre cercano pero distante, como en otro mundo, huidizo y misterioso (un hombre de lunes con secreto), Piglia comenzó a hablar y pulsé el play de la grabadora. Es un orador extraordinario, carismático, y con una gran capacidad comunicativa. Es un narrador que afirma que escribe novelas para hacer posible que su diario, su verdadera ‘obra maestra’, se publique. Una vez publicada una parte de sus cuadernos, en tres volúmenes, el contenido autobiográfico de esta entrevista cobra un sentido especular muy productivo para pensar —en orden diacrónico— otro modo de narrar(se), y de (re)construir su vida literaria. Érase una vez, entonces, Ricardo Piglia…
Ana Gallego Cuiñas: Ricardo, voy a empezar preguntándote por tu mito de origen. ¿Por qué escribes? ¿Cuándo y cómo supo Ricardo Piglia que quería ser escritor?
Ricardo Piglia: No me parece que sea algo que uno decida, salvo retrospectivamente. En realidad, me di cuenta de la elección, si podemos hablar de una elección, mucho tiempo después de haber empezado a escribir. Esto probaría que las decisiones fundamentales se toman sin darse cuenta y lo que en realidad uno elige son cosas mínimas. De todas maneras, me he construido mi propia ficción del origen que está ligada a un momento de viraje, contado en Prisión perpetua: el momento en el que mi familia tiene que dejar Adrogué, el lugar donde yo nací, y se muda a Mar del Plata. Y entonces, en las vísperas, con la casa ya desmantelada, empiezo a escribir un diario. Pero nunca hubo, digamos, una decisión en el sentido más clásico, como esos escritores que lo saben desde siempre. Hubo ese corte, esa situación que es una situación de pérdida, y a mí me parece que la literatura está ligada a algo que falta. Lo que se restituye imaginariamente es esa pérdida. Después el diario fue tomando las características que toman los diarios a medida que se escriben, se registran experiencias, fantasías, encuentros, lecturas, acontecimientos; y luego alguna de esas situaciones se convierten en relatos. De modo que podríamos decir que en un punto el diario fue el origen.
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AGC: La escritura para ti, ¿es un oficio diario?
RP: Sí, trato de trabajar todos los días, pero eso no quiere decir que escriba todos los días ni que lo que escribo todos los días sirva para algo. Pero para mí ha sido muy importante establecer una suerte de rutina de trabajo. Después, qué se hace ahí es una cosa que depende un poco del fluir de lo que se está escribiendo. A veces funciona y a veces no.
AGC: ¿Y siempre le reservas un lugar a la escritura del diario? ¿Sigues haciéndolo a mano?
RP: Sí, es lo único que sigo escribiendo a mano. El diario no está planificado y nunca sé lo que voy a escribir. Lo más parecido a la escritura automática que conozco, en el sentido de una relación no premeditada entre la experiencia y la escritura. Nunca sé qué es lo que me va a llevar a escribir una nota en el diario. A la vez está la experiencia de la lectura de esos cuadernos. Porque también se escribe un diario para volver a leer lo que se ha vivido, los restos y los rastros de la experiencia. Varias veces intenté fijar esa lectura y pasar el diario a máquina pero siempre me desanimó la acumulación de ese material tan personal. Necesitaría tener cerca a Felice Bauer o a Bartleby, o convertirme yo mismo en Mr. Nemo, el copista que aparece en Bleak House, la novela de Dickens. Me llevará seis meses, pienso a veces de un modo optimista, copiar esos cuadernos. Luego habría que ajustarlo y concentrarlo. Los diarios que me gustan (El oficio de vivir de Pavese o La tumba sin sosiego de Connolly o El libro del desasosiego de Pessoa) tienen una forma, cierta tensión interna, trabajan lo que está fuera de cuadro, lo que está implícito. Entonces hay que ver qué se deja afuera (y el corte no tiene que ver con lo que uno quiere o no que se sepa, eso no tiene ninguna importancia), qué se corta y cómo encontrar el equilibrio. Tengo el proyecto de dejar lista una edición del diario y me gustaría publicarlo como el diario de Renzi. Le voy a dar a Renzi mi vida, digamos así. (Risas). Se va a llamar El diario de Emilio Renzi pero lo que se va a contar es mi propia historia. No hay que cambiar nada, porque en un diario el que escribe nunca se nombra a sí mismo. Tal vez ese desplazamiento, ese cambio de nombre, justifique la publicación.
AGC: ¿Qué lees mientras escribes? ¿Solo biografías, como has dicho en otras ocasiones?
RP: Veamos, por ejemplo, ahora que estoy de viaje me traje la trilogía de Philip Roth (American pastoral, I Married a Comunist y The Human Stain), son tres novelas sobre la política norteamericana de los últimos años y están muy bien resueltas. Combina vidas privadas y acontecimientos históricos, de qué modo la política influye sobre la experiencia privada. Y en España compré la trilogía de Javier Marías, Tu rostro mañana, que acaba de salir el tercer tomo. Me interesa Marías y me interesa además que haya retomado en estos libros al narrador de Todas las almas. En las lecturas no tengo nada muy planeado, me dejo llevar, como todo el mundo, por el azar y dejo que las cosas circulen a su manera. Habitualmente leo biografía, sí, me interesan mucho, leí hace poco una biografía de Alan Turing, muy buena. Veo muchas películas también, en casa, a veces una por día. Soy de una época en la que ver películas clásicas en el cine era muy complicado porque uno tenía que tener la suerte de que las repusieran en algún ciclo. Ahora todo está a mano, a partir del VHS y del DVD, uno puede ver cosas que siempre quiso ver y que no estaban disponibles. Acabo de conseguir una edición completa en DVD de las películas de Alexander Kluge, un escritor y director alemán al que admiro muchísimo. He visto varias de sus películas en Buenos Aires, pero ahora voy a poder verlas todas.»
Ana Gallego Cuiñas entrevistó a Ricardo Piglia en octubre de 2007 con la idea de repetir el formato de las que él mismo publicó en The Paris Review en los 60. Este documento inédito parcialmente ha sido incluido en el último trabajo de la investigadora malagueña, publicado por esta casa editorial bajo el título de Otros. Ricardo Piglia y la literatura mundial. La «monografía intenta pensar la manera en que el autor incorpora en la literatura nacional algunas tradiciones extralocales, donde se encuentran las claves que prefiguran su estrategia de combate en el espacio latinoamericano del Boom, y en el local de Borges y Cortázar», nos explica la autora en la introducción. A partir de estas ideas leerá la obra de Piglia al trasluz (o contraluz) de Tolstoi, Dostoievski, James, Hemingway, Fitzgerald, Capote, Calvino, Pavese y Dazai. Un viaje de ida y vuelta por diversas literaturas para abordar los últimos textos piglianos y menos atendidos por la crítica —La invasión, Blanco nocturno, El camino de Ida, Los diarios de Emilio Renzi, y sus cursos (Las tres vanguardias y Teoría de la prosa)— a fin de descubrir el ejercicio de traducción y transculturación que subyace en ellos.