Ayer Sergio Ramírez pronunció su discurso de aceptación del Premio Cervantes 2018. Tendió un puente que hiló su texto entre Rubén Darío y Miguel de Cervantes, acercando a esa Nicaragua «que Neruda llamó en una de las estancias del Canto General ‘la dulce cintura de América'» a España. Era difícil que el combativo escritor, en el sentido más literal de la palabra, no recordara a sus compatriotas y la difícil situación por la que atraviesa su patria ahora mismo, y a ellos dedicó su premio: «A la memoria de los nicaragüenses que han sido asesinados en las calles por reclamar justicia y democracia. y a los miles de jóvenes que siguen luchando porque Nicaragua vuelva a ser república».
Su discurso recordó a otros escritores nicaragüenses , como Claribel Alegría o Ernesto Cardenal, homenajeó al recientemente fallecido Sergio Pitol y renegó de la corrupción y el narcotráfico.
Sin abandonar a los dos referentes literarios que vertebraron el discurso, Ramírez viajó también a su niñez, a la adquisición del lenguaje: «El mundo de un niño es un mundo de voces que alguna vez se vuelven escritura», y recorrió la literatura desde la narrativa del aprendizaje y del descubrimiento.
Terminó agradeciendo a los presentes en su vida, críticos, editores y representante, y sobre todo, a Tulita, su compañera de viaje: «Ella inventó las horas para escribirla; así como, mejor novelista que yo, ha inventado mi vida».
Desde Iberoamericana Vervuert, agradecidos y orgullosos de haber publicado sus ensayos literarios en España, le damos de nuevo la enhorabuena, y las gracias por los puentes que ayer tendió entre países, entre el niño y el adulto, entre Darío y Cervantes, todos puentes construidos por la lengua que no se cansa de celebrar.