Odette Casamayor Cisneros, autora de Utopía, distopía e ingravidez: Reconfiguraciones cosmológicas en la narrativa postsoviética cubana, ha accedido muy amablemente a contestar nuestro cuestionario. Todos aquellos interesados en la literatura cubana encontrarán interesante esta entrevista, y en el libro de Odette un nuevo anclaje para mirar la literatura cubana contemporánea.

Odette¿Qué lecturas, preguntas e investigación propiciaron la escritura de este libro que has publicado con nosotros?

Posiblemente porque también escribo ficciones, siento a veces mi libro como una narración. Se trata tal vez del cuento que me faltaba, un poco a la manera de ese «mito que nos falta» lezamiano; pero en este caso se trata sólo de un cuento que buscaba, de la narrativa que surge a partir de una pregunta fundamental para mí: ¿Quiénes fueron y son nuestros padres? De esta interrogación nace Utopía, distopía e ingravidez.
Desde París, donde penaba y gozaba a partes iguales para hacerme de un doctorado en la École des Hautes Études en Sciences Sociales, miraba hacia mi vida en la isla tratando de comprender cómo la caída del Muro de Berlín cambió súbitamente la existencia de mi familia y la de muchos de mis amigos en Cuba y en otros países del desaparecido campo socialista. En mi familia, por ejemplo, hubo divorcio, ausencias demasiado largas y reiteradas, la tristeza de mi madre y un aura de frustración permeando cada nivel de la existencia; aunque lo más importante que nos ocurrió a todos los cubanos tras el colapso del sistema socialista fue la instalación de una penuria acuciante que acarreó la inapelable autoexigencia por sobrevivir. Con ello, se extendió el imperio del cinismo y la indiferencia cívica dentro de la sociedad insular.
Los primeros senderos de mi investigación fueron recorridos bajo la voluntad de explicarme a mí misma cómo podía soportar la subversión de valores impuesta al entrar en crisis el sistema socialista la generación de mis padres, que apenas en la adolescencia había marchado a alfabetizar, que conocían la urgencia real de sentirse amenazados militarmente, que, si se levantaban de madrugada para ir a construir una escuela, lo hacían creyendo que laboraban por sus hijos, quienes vivirían en una isla nueva, a su vez trabajando por mejorar la vida de las futuras generaciones de cubanos. Quería entender cómo aquellos cubanos que fueron los padres de quienes nacimos en los años 70, aquellos que de una manera u otra creyeron que realmente, con sus propias manos, estaban erigiendo una Cuba mejor, reaccionaron ante el nuevo mundo que se inauguró a partir del derrumbe del sistema socialista, en los años 90. ¿Qué hacer entonces con el ideal del mejoramiento humano y la posibilidad de crear una sociedad diferente, perfeccionada? ¿Qué Hombre Nuevo forjar? ¿Dónde depositar la utopía?
Por eso la utopía -y en consecuencia la distopía- constituyen conceptos esenciales en mi libro. En él rastreo respuestas a estas preguntas, urgando en la narrativa escrita en Cuba a partir de la Caída del Muro de Berlín.
Pero mis investigaciones se extienden más allá de la experiencia postsoviética de nuestros padres, dominada fundamentalmente por la frustración del proyecto revolucionario, para extenderse hasta escritores más jóvenes, quienes no pueden sentir el mismo desencanto porque simplemente nunca estuvieron encantados. Aunque se formaron dentro de lo que denominó la cosmología de la revolución, la fe en el proyecto socialista no fue experimentada de una manera tan absoluta. La entrega nunca fue la misma que la de sus padres, pues no conocieron los tiempos del verdadero frenesí revolucionario, en los tempranos años 60 y 70: no vivieron la urgencia provocada por acontecimientos como la invasión de Playa Girón, la Crisis de los Misiles, la muerte de Ernesto Guevara en Bolivia, el triunfo de la revolución nicaragüense, o la presidencia y el asesinato de Salvador Allende en Chile. Para esta generación a quienes la caída del Muro de Berlín sorprende cuando apenas están alcanzando veinte años, los nuevos tiempos no provocan un estado de desilusión tan intenso como el experimentado por las generaciones precedentes. Aún no habían llegado a dedicar su existencia al proyecto revolucionario.
Analizo entonces un amplio espectro de escritores, que cubre diferentes respuestas a la crisis existencial en la Cuba post-Soviética: Marilyn Bobes (1955), Yohamna Depestre (1970), Alexis Díaz-Pimienta (1966), Abilio Estévez (1954), Gerardo Fernández Fe (1971), Wendy Guerra (1970), Pedro Juan Gutiérrez (1950), Pedro de Jesús (1970), Leonardo Padura (1955), Orlando L. Pardo Lazo (1971), Senel Paz (1950), Antonio José Ponte (1964), Ena Lucía Portela (1972) y Abel E. Prieto (1950).
Estructuré las diversas respuestas discernibles en la obra de estos narradores en tres grupos fundamentales: la utopía reinventada entre quienes conservan la fe en el mejoramiento humano, la distopía perseguida por aquellos que han abandonado esta fe; y finalmente la ingravidez ética compartida por quienes muestran solamente indiferencia ante cualquier proyecto humanístico.

521707Trazando tu campo literario y cultural, ¿podrías explicar con qué otras obras/ autores/ corrientes/ culturas, dialoga tu trabajo?

Creo que Utopía, distopía e ingravidez es un trabajo continuador de investigaciones medulares desarrolladas dentro y fuera de la isla, sobre la producción cultural en la Cuba contemporánea, como las conducidas por Victor Fowler, Margarita Mateo-Palmer, Nara Araújo, Iván de la Nuez, Rafael Rojas, Desiderio Navarro, Jorge Fornet, Esther Whitfield, José Quiroga, James Buckwalter-Arias, Guillermina de Ferrari, entre otros.
Dialoga además con producciones más recientes que proyectan muy interesantes miradas sobre la experiencia soviética y postsoviética, ofrecidas por las autoras Mabel Cuesta, Jacqueline Loss y Damaris Puñales Alpízar.
Desde el punto de vista teórico, mi libro debe mucho a los años que pasé como estudiante de l´École des Hautes Études en Sciences Sociales. Más que una fiesta, París fue una orgía donde descubrí, con el dolor inherente a las más intensas pasiones, cómo leer la contemporaneidad bajo las teorías del post-estructuralismo y la post-modernidad. Recuerdo especialmente el estado de ansiedad en que me dejaban los seminarios de Jacques Derrida, impartidos en un anfiteatro del Boulevard Raspail lleno hasta el tope. Cuando salía de sus seminarios ya era de noche, a veces hacía frío y caminar por las calles húmedas, tomar el metro y prepararme alguna cena triste dolía, me provocaba frissons o escalofríos inexplicables. Con ese dolor físico leí la narrativa cubana contemporánea y ausculté mis propias experiencias postsoviéticas y las de mis compatriotas. También fue dominada por estas sensaciones que se me hizo narrable y por ende explicable la derelicción y el sentimiento de pérdida que al principio de los años 90 había experimentado frente a la Potsdamer Platz, cuando con mis viejos amigos de Berlín oriental incursionábamos en aquellos territorios hasta 1989 vedados a la vista por el infranqueable Muro. Esa tierra baldía en la que, al decir de Andreas Huyssen, flotaba el espíritu de la historia desde los tiempos del kaiser hasta el presente, permanecía a la espera de que se decidiera qué proyectos serían construidos en ella. En los noventa, acercarse a aquellas siete hectáreas de vacío equivalía a inclinarse sobre las infinitas interrogantes que se abrieron a quienes salíamos de la experiencia socialista para entrar en lo desconocido, en el caos. Me gusta pensar que Utopía, distopía e ingravidez debe tanto a mis experiencias habaneras como a mi vida en Berlín y a mis estudios en París. Este libro es lo que soy. Es difícil de explicar pero al final es exactamente esto: en su génesis fue esencial la experimentación sensorial, en mi propio cuerpo, del saber filosófico aprendido en los salones y anfiteatros universitarios.
Mas la base metodológica de Utopía, distopía e ingravidez, que sustenta su perspectiva ética, proviene de la constante orientación recibida de mi director de estudios doctorales en l´École, Jacques Leenhardt. Gracias a él me acerqué de una manera crítica y fructífera al concepto de visión del mundo de Goldmann. Este fue el inicio de un itinerario teórico que más tarde, ya en los Estados Unidos, condujo mis investigaciones hasta las formulaciones no esencialistas de la ontología occidental desarrolladas por Alain Badiou. A partir de su concepción de las «lógicas de los mundos» se me hace posible seguir las huellas del ser humano en pleno acontecimiento, actuando dentro de sus «mundos» específicos, en el decir badiousiano. No busco entonces en mis pesquisas un ser cubano abstracto, una identidad posible, sino al sujeto en acción dentro de sus mundos cubano, revolucionario, postsoviético, latinoamericano y de la posguerra fría.
Para describir la acción de este sujeto recurro a Soren Kierkegaard, cuyo pensamiento constituye según Badiou una «anti-filosofía» gracias a la cual es posible analizar al sujeto, en este caso al cubano contemporáneo, no a través de verdades absolutas sino en el desafío mismo de existir, es decir, en su angustia y desesperación, tan acuciosamente examinadas por Kierkegaard.

¿Qué aporta tu libro al panorama de la crítica académica actual?

Lo que yo he buscado en Utopía, distopía e ingravidez es utilizar la literatura como lente para examinar la experiencia postsoviética desde un punto de vista cosmológico, analizando los esfuerzos del hombre y la mujer cubanos por convertir en cosmos el caos, por ordenar existencialmente sus vidas cuando la cosmología de la revolución, que las sustentaba desde los años 60, no consigue rendir comprensible la actualidad. Asimismo, en las páginas de mi libro es posible concebir la revolución como algo más que una mera construcción política e ideológica. No obvio por supuesto esta dimensión esencial de la revolución, pero me interesa más estudiarla como un proyecto escatológico humanístico, estructurante de la cosmología dominante en la sociedad cubana hasta los años 1990.
Al centrarme en el análisis del sujeto y su existencia, subrayo el carácter ético de la perspectiva desde la que son dirigidas las investigaciones literarias que propongo. Y al referirme a lo ético pienso en ese êthos griego que define al conjunto de ideas y afectos que caracterizan a un grupo humano. No examino la determinación de un supuesto buen o mal comportamiento de los cubanos sino las formas en que ordenan su conducta como seres humanos frente a la crisis abierta tras la caída del Muro de Berlín.
Con la interpretación no esencialista del cubano contemporáneo exploro también la comprensión de la situación cubana fuera de la persistente condición de excepcionalidad bajo la cual es usualmente estudiada. Me resisto a considerar que los fenómenos que se verifican en la actual sociedad cubana sean únicos y, sirviéndome de esta perspectiva ética, lanzo miradas que sobrepasan el efecto puntual de las particularidades nacionales, como el castrismo, el bloqueo estadounidense o las relaciones entre los cubanos de la isla y su diáspora.
Creo que si algo hay de singular en la experiencia cubana es la visibilidad que en esta sociedad han adquirido fenómenos atribuibles a la ruptura entre la modernidad y la llamada posmodernidad en América latina. La saga de la revolución cubana, con el auge y desvanecimiento de su cosmología, hizo posible esta mayor visibilidad. Pero se trata solamente de eso, de una mayor visibilidad que en Cuba tienen fenómenos globales como la crisis de las identidades, los conceptos y los referentes propios de la modernidad, la desconfianza histórica, la pérdida de fe en el futuro.

¿Nos puedes adelantar en qué nuevos proyectos estás trabajando?

Actualmente estoy preparando un nuevo libro sobre los procesos de autoidentificación racial en la producción cultural cubana contemporánea. Es un proyecto que ya había comenzado justo al terminar de escribir la tesis de doctorado. Entonces centré mi análisis en la creación literaria y escribí un artículo sobre la presencia del negro y lo negro en la narrativa posrevolucionaria, que obtuvo el Premio Juan Rulfo de ensayo literario en el 2003.
Amplié luego mis investigaciones al hip-hop y las artes visuales; y tras colaborar en el libro Queloides: Arte y racismo en el arte cubano contemporáneo —que acompaña la exposición homónima organizada por el historiador Alejandro de la Fuente y el artista Elio Rodríguez— y acercarme con mayor asiduidad a este proyecto, he continuado trabajando en ensayos fundamentalmente dedicados al estudio de la expresión racial en las artes visuales y el performance.

¿Participas en algún blog, plataforma, revista o congreso que nos puedas recomendar?

Tengo que confesar que llevo una relación muy complicada con el internet. ¡Soy adicta! Y lo que es peor, a veces me avergüenzo de ello. Otras no.
Por estos días me esfuerzo en administrar lo mejor posible mi vida virtual.
Con regularidad se me encuentra, sin embargo, en Facebook, del cual no he conseguido librarme: https://www.facebook.com/odette.casamayor

El libro está disponible en papel y digital aquí.