Darío Jaramillo presentó en Colombia dentro del marco de la Feria del Libro de Bogotá el libro de Jerónimo Pizarro publicado con nosotros:  La mediación editorial. Sobre la vida póstuma de lo escrito. Nos ha hecho amablemente llega el valioso texto de la presentación. Muchas gracias.

Jerónimo Pizarro: La mediación editorial

                                                                                         Darío Jaramillo Agudelo

Pocas veces se puede decir de un libro que agote el tema. En ese sentido La mediación editorial / sobre la vida póstuma de lo escrito, deja la sensación de haber abordado un tema poco frecuente y haberlo exprimido en todos los sentidos.

JaramilloPizarro comienza por aclarar cuál es el tema del libro: es la vida del texto y la mediación, que yo llamaría también la intermediación, en el camino que el texto recorre. Cito una de las primeras páginas del libro: “del acto privado de la escritura al texto público, como objeto de circulación y consumo cultural, hay un proceso de mediación que hace posible el libro, que constituye al ‘escritor’ en ‘autor’, que inserta la obra en el  espacio de una literatura”.

Este recorrido del texto puede tener la simpleza de un autor que entrega su texto a la editorial, recibe observaciones de un corrector y revisa las pruebas de imprenta. O puede tener una complejidad extrema, sobre todo en los autores que Pizarro llama ‘mayoritariamente póstumos’, es decir, que al morir dejan unos archivos, un papeles y papelitos que otra persona, u otras, entran a ordenar, siguiendo unas “fases de una edición crítica”, que son “recopilación, cotejo, establecimiento del texto y anotación”. El autor hace una abrumadora lista de autores mayoritariamente póstumos: Emily Dickinson, que publicó diez poemas cuando estaba viva y el resto lo hicieron otras personas cuando ella estaba ya enterrada; Kafka, que le ordenó a un tipo desobediente, Max Brod, su albacea literario, que quemara sus manuscritos de El proceso, El Castillo y América y todos sus papeles. También son mayoritariamente póstumos Gerald Manley Hopkins, George Trakl, Walter Benjamin, Ludwig Wattgestein y Simone Weil.

Lo que conocemos hoy en día como obras de estos tan ilustres autores, paso por un proceso de intermediación, mediación la llama Jerónimo Pizarro, que cabe plantear la pregunta de respuesta imposible de saber: de haber conocido lo que se publicó bajo su autoría, ¿habría sido aceptado plenamente por estas personas que prestan su nombre, legítimamente, al resultado de la intervención de terceros en sus papeles originales?

Para dimensionar la importancia del tema que trata, Pizarro, además, cita algunos autores minoritariamente póstumos; nada menos que Federico Nietzsche, Paul Valery, Robert Musil –que dejó sin terminar, es decir en manos de editores, El hombre sin atributos-, Eza de Queiroz y Antonio Gramsci.

pIZNingún caso es idéntico a otro, y si bien se han desarrollado técnicas para el establecimiento de los textos, admite el propio Pizarro que no hay nada fijo ni unívoco: “aunque dos editores partan del mismo punto (un original o su reproducción), no por ello llegarán al mismo resultado”. Para Pizarro, “el papel que desempeña el editor no es… una intervención extraliteraria. Más bien es una labor dinámica que participa de la producción colectiva de un texto literario”. Por esto mismo, cito, “las ediciones críticas se ubican en un espacio intermedio entre la literatura y la historia”.

Ahora bien, ¿hasta dónde puede intervenir un editor? Hay extremos: Se sabe que los primeros que publicaron poemas de Emily Dickinson “pulieron” sus poemas Y que quienes revisaron las más caóticas líneas de Flaubert las dejaron tal cual. Entonces, ¿cuál es la medida de la intervención? Pizarro lo resuelve de este modo: “de cualquier manera, una edición póstuma nunca será idéntica a la que habría concebido el autor. ‘Mediar’ conlleva la producción de una diferencia y, más que grados de fidelidad, existen maneras de  ser más infielmente fiel o más fielmente infiel. Si reconocemos que la infidelidad –la diferencia- es inevitable en algún grado, podemos comprender con más facilidad la necesidad de reflexionar sobre la práctica editorial. No tanto para especular sobre cómo alcanzar la fidelidad máxima –y, en última instancia, imposible- sino para pensar cómo lograr la más respetuosa diferencia”

Dos de los cuatro capítulos de este libro se dedican a dos autores mayoritariamente póstumos, Fernando Pessoa y Macedonio Fernández.

Aparte de Mensaje, Pessoa no publicó nada en vida. Al morir, no dejó instrucciones para que se editaran tales o cuales textos  suyos. Tampoco hizo lo de Kafka, prescribir que se  destruyeran sus manuscritos, al contrario, se dice que dijo: “déjenme en paz, que cuando muera, ahí quedan cajas llenas”, llenas de gente, agrega Antonio Tabuchi. Fernando Pessoa es, pues, un autor mayoritariamente inédito. Entonces Pizarro se pregunta si “¿una obra implica necesariamente un autor? O ¿puede comprometer a varios?”, porque lo que sucede es que muchos otros han decidido entre esta o aquella versión de un texto, entre una manera de presentarlos u otra.

El capítulo que Jerónimo Pizarro dedica a Fernando Pessoa se dedica principalmente a esto último, a mostrar cómo, a través de los años se han desarrollado diferentes proyectos de publicación de las Obras Completas de poeta portugués y, precisamente porque las decisiones no han recaído en un autor inequívoco llamado Fernando Pessoa, sino de académicos y estudiosos que, en cada proyecto, han aplicado este o aquél criterio de presentación, cotejo y ordenación. El resultado lo definió uno de los especialistas en Pessoa: “el estado actual de las ediciones de Fernando Pessoa hace pensar en una orquesta sin director”.

Señala nuestro autor que “todavía hoy no existe un consenso académico editorial o cultural acerca de cómo publicar a Fernando Pessoa…. Finalmente lo que existe en muchos casos son publicaciones concebidas por uno, dos o incluso tres editores que no se han puesto de acuerdo acerca de cómo publicar a un heterónimo, por ejemplo, o el conjunto de las apreciaciones literarias de Pessoa-ipse. Si nos fijamos en la pluralidad y diversidad de los textos editados e inéditos, podemos afirmar que existen varios Pessoa”. Ah, pero como decía el propio Pessoa, “de lo que podría haber sido, queda sólo lo que es”

Al final, Jerónimo Pizarro concluye: “para terminar, podríamos sugerir una respuesta a la pregunta central: ¿qué es una obra? Una ‘obra’ es el producto o el resultado del trabajo conjunto que dejan algunos hombres y otros progresivamente se encargan de completar, revisar, comentar u ordenar”.

Decía Borges, y este es el epígrafe del capítulo dedicado a Macedonio Fernández, que “a Macedonio la literatura le interesaba menos que el pensamiento y la publicación menos que la literatura, es decir, casi nada. Milton o Mallarmé buscaban la justificación de su vida en la redacción de un poema o acaso en una página; Macedonio quería comprender el universo y saber quién era o saber si era alguien. Escribir y publicar eran cosas subalternas para él”.

En vida, otros hicieron ediciones impresas de algunas de sus obras pero, señala Pizarro con una paradoja: “Macedonio fue una especie de autor póstumo en vida”. Cuando murió, 1952, el argentino dejó publicados, dice Pizarro, “tres libros y medio –considerando medio el suplemento titulado Continuación de la nada…- y había dejado autorizado el primer volumen póstumo,  Poemas”. Después de su muerte, el hijo de Macedonio, Adolfo de Obieta, dedicó lo que le quedaba de vida para reunir, y publicar la obra de su padre, llegando, inclusive “a comunicaciones mediúmnicas entre 1960 y 1963, con lo cual se insinúa que la labor del hijo fue avalada y promovida por el padre a través de contactos espiritistas”.

Aunque existe una edición en la colección Archivos de Museo de la novela de la Eterna en la que intervinieron otras personas además del hijo, cabe esperar, dice Pizarro, que otros le metan el diente a los papeles mecedonianos que se encuentran en la Fundación San Telmo, para así tener otros macedonios.

El capítulo cuatro del libro que hoy se presenta, está dedicado la colección Archivos, cuya concepción metodológica se debe a Guiseppe Taviani y la dirección a otro filólogo, Amos Segala. Pizarro recuerda que Tavani, en una conferencia, “recomendó efectuar preliminarmente la separación entre el material pre-textual, el texto propiamente dicho y el post-texto”. Por su parte, Segala afirma que “la colección Archivos en soporte papel debe su originalidad a las tres navegaciones que propone, en y alrededor del texto”. Y explica Pizarro: “la primera correspondería a la división en tres columnas del texto… partición que permite una lectura contrastante, entre el testimonio terminal de un texto y los testimonios anteriores; la segunda, a la inclusión de artículos referentes al lugar del texto en la trayectoria de un escritor y de ese escritor en  su época, que hace posible una lectura contextualizante; y, la tercera, a la reunión de artículos sobre el texto editado y de reacciones a sus primeras ediciones,  que sirve para realizar una lectura de sucesivas respuestas y repercusiones críticas… En todo caso, lo que quisiéramos realzar es que la originalidad de la  Colección Archivos, según su director, se basaría en esas tres posibilidades de lectura, que suponen que el texto se lea ‘desde adentro’ y sea complementado ‘desde afuera’ por otros textos”.

El acercamiento de Jerónimo Pizarro a la colección Archivos está signado por la búsqueda de una noción delo que es el texto. Más allá de una primera reacción que creo que está fincada en el culto a los autores como demiurgos, Pizarro muestra cierta elasticidad del texto que permite, por ejemplo, que “un editor pueda ofrecer un mismo texto de dos maneras diferentes, si desea alcanzar, por ejemplo, dos públicos diferentes”.

El capítulo cuarto de libro que hoy se presenta, está dedicado a los originales y comienza muy propositivamente así: “los textos conservados en original pueden editarse de tres maneras diferentes: (1) teniendo presentes los testimonios autógrafos e impresos, cuando existen ambos; (2) o sólo los autógrafos cuando no existen los segundos o se excluyen; (3) o sólo los impresos –si los revisó el autor-  cuando no existen los primeros o se excluyen”. Pizarro recurre a Derrida para decir que “en tres palabras, editar es ‘repetir, reproducir y alterar’”

En conclusión, para Pizarro, el examen de las obras de Pessoa lo lleva a discutir la noción de autor y a señalar que, si bien todo parte de los papeles que son obra de Pessoa, las ediciones póstumas son obra de otros. De ahí sigue la revisión de la noción de autor, valiéndose del caso de Macedonio Fernández y la intervención de su hijo, que acaba concluyendo que en verdad, él no es el hijo sino el padre de Macedonio. Por esto mismo, el capítulo siguiente lleva Pizarro a mostrar que el texto “tiene un contexto y una realidad histórica, además de una dimensión colectiva”. En el último capítulo, en palabras del propio Pizarro “quisimos aproximarnos al momento en que tal vez se adquiere una conciencia más clara de la mediación editorial: cuando se tienen lo originales de un determinado autor en las manos; cuando lo ajeno se toca, se examina y se lee de forma directa” para terminar diciendo que “un intercambio activo y fructífero entre la crítica textual y la literaria, entre la historia y la teoría, tal vez sea una manera feliz de no separar el texto de los procesos de producción y recepción, de edición e interpretación”.

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