Grace Morales (Madrid, 1970), escritora, fundadora y articulista del fanzine Mondo Brutto, activa colaboradora en blogs de opinión como El Butano Popular y sobre todo cronista de la «España bizarra y paranormal». Ha publicado la novela Otra dimensión.
«Distopías: el futuro ya está aquí»
El prestigioso abogado Tomás Moro, asesor de una de las corporaciones comerciales más importantes de Inglaterra y consejero personal del rey, plasmó sus conocimientos en un libro. En él reconocía que, después de trabajar para la corona y estar al servicio de la empresa privada, aquellas empresas no sólo no servían para mejorar las vidas de los ingleses, sino que era manifiestamente contrarias a contribuir a la felicidad de su pueblo. Solo valían para el lucro desmedido de unos pocos contra la miseria de la mayoría, por lo que la única solución pasaba por abolir las monarquías, los gobiernos y el dinero. Esta, entre otras cosas, era la conclusión de su libro, Utopía. La iglesia católica, que le elevó a santo en su enfrentamiento con Enrique VIII por lo de su imaginativo divorcio, siempre ha defendido la idea de que Utopía fue un divertimento, un juego intelectual de humanistas como el propio Santo Tomás, y que la culpa seguro fue del hereje de Erasmo de Róterdam. Hagamos caso o no a los muy imaginativos dictámenes de la autoridad católica, que siempre ha sido más fan de ensayos en la línea de La Ciudad de Dios, lo cierto es que Utopía se convirtió en un clásico instantáneo, una actualización del muy antiguo deseo de concebir una sociedad justa y armónica, en momentos de grandes crisis, como fue el s. XVI. Más adelante, hubo quienes pusieron en práctica las ideas utópicas, intentando demostrar que nuevos sistemas de relación políticos y socioeconómicos eran posibles. Pero sólo han funcionado a pequeña escala, como una curiosidad dentro de la máquina imparable del progreso comercial, tecnológico y financiero.
Hasta hoy.
Las obras utópicas no son simples obras de ficción. Son críticas muy severas al régimen político en el que se viven sus autores, aunque estén tratadas en forma de fantasía especulativa. Exactamente la misma intención que tienen las obras de su lado tenebroso, las distopías. La única diferencia es que, desde finales del s. XIX, los creadores decidieron que imaginar utopías era un absurdo. La realidad imponía un presente, y con aplastante seguridad un futuro en el que toda esperanza había quedado enterrada bajo las ruinas de guerras militares y financieras. La distopía es el género donde mejor se refleja el estado de las cosas, y por qué motivos nos encontramos en esta triste situación.
La distopía imagina un mundo perverso en el que los seres humanos aparentemente viven en el mejor de los sistemas posibles, aunque manipulados por una minoría que puede disponer de ellos en las formas más variadas y crueles: lavado de cerebro, control absoluto de conducta y pensamiento (1984, Nosotros, Farenheit 451), adormecimiento de la conciencia por el consumo (Un Mundo Feliz, Brazil, WALL-E), eliminación de los elementos más débiles o más conflictivos, como víctimas propiciatorias en programas de entretenimiento (La Décima Víctima, Los Juegos del Hambre, La Larga Marcha). Llegar incluso hasta el exterminio de la población para servir de alimento a los supervivientes (¡Hagan Sitio!, La Fuga de Logan). Por no hablar del control de la tecnología sobre los humanos (Ghost in the Shell, Neuromante, Limbo), las pesadillas nucleares (La Carretera, Un Chico y su Perro), o la extinción de los recursos del planeta (Hijos de los Hombres).
Una de las novelas más populares del género, la sátira Mercaderes del Espacio (1954), nos sitúa en un mundo en el que los gobiernos han pasado a tener un mero papel de comparsas, y el poder real lo detenta un grupo de corporaciones que se disputa el control de los planetas. Sus ejecutivos, la minoría dominante, bombardean constantemente a la población, empobrecida y sin derechos, con publicidad de sus productos, innecesarios y ridículos. Todo pensamiento que cuestiona este sistema es condenado y perseguido. Mientras la hiper-tecnología ha permitido llegar al confín de la galaxia, los recursos naturales son tan escasos que los coches funcionan a pedales y la madera es más cara que el oro. No sabemos qué opinaría Tomás Moro, consejero internacional de los Merceros de Londres, pero este libro formidable, con unos pequeños ajustes, podría ser un documental de la Europa de la Distopía de 2013.