Estimados amigos:
Los esperamos este jueves 21 de febrero a las 20.00h para compartir la lectura de Santiago Sylvester, poeta argentino, en el local de nuestra librería, en Huertas, 40. Después de la lectura, conversaremos con el autor, sobre su obra reciente y diversa, acompañados de una copa de vino.
Santiago Sylvester, poeta y escritor argentino, nacido en Salta en 1942, residió casi veinte años en Madrid y hoy vive en Buenos Aires. Dirige la colección Pez Náufrago, de Ediciones del Dock. Ha recibido, entre otros, el premio del Fondo Nacional de las Artes, el Premio Nacional de Poesía, el Gran Premio Internacional Jorge Luis Borges y, recientemente, el Municipal de la Ciudad de Buenos Aires. En España, el premio Ignacio Aldecoa, de cuentos, y el Jaime Gil de Biedma, de poesía.
Entre sus libros de poesía se puede mencionar Escenarios, Perro de laboratorio, Café Bretaña, El punto más lejano, Calles y El reloj biológico. Publicó un libro de cuentos, La prima carnal; y un libro de ensayos, Oficio de lector. Realizó una edición crítica de La tierra natal y Lo íntimo, de Juana Manuela Gorriti; publicó El gozante, antología de Manuel J. Castilla; y las antologías Poesía del Noroeste Argentino. Siglo XX y Poesía Joven del Noroeste Argentino, ambas publicadas por el Fondo Nacional de las Artes.
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XVII (De El punto más lejano)
Hoy
un contagio de mirar
como hay otro
contagio es el de no estar en el lugar correcto,
contagio de la década pedida que se llama
fracaso.
Fracaso
que se esconde en cualquier parte
y desde allí avanza hasta ocupar la respiración.
Pero el fracaso es selectivo, elige
con cuidado cada uno
con su fracaso propio, como la muerte propia a la manera organizada
de Rilke, como el pan de cada día, la propia planificación o la
palabra propia.
O la propia versión del que, por ejemplo, dice:
…el largo filamento que dejaba un caracol en el patio: iba de hoja en hoja inspeccionando todo, lenta y concienzudamente, como si tuviera el deber de informar su paso por la tierra, con su enorme memoria de animal milenario. Inmóvil ante una hoja caída, bajo el toldo que paraba el sol del verano, y nada se movía en el patio, sólo que para mí la vida era un túnel por el que soplaba un viento feroz, un arrebato que me llevaba a la otra punta: yo era succionado por la gran ventilación y aparecía con el pelo revuelto y los ojos fuera de órbita en la otra punta del mundo y yo no estaba aquí sino allá, donde la vida no tenía la meditación ceremoniosa y sabia del caracol sino el oleaje del caballo en el momento de saltar. Yo era el caballo viviendo en el caracol.