
El escritor y crítico mexicano Adolfo Castañón pasó por nuestra Librería de la calle Huertas y accedió, generosísimo como siempre es, a sacarse unas fotos y a que le bombardeara a preguntas. He seleccionado, con mucha pena, sólo dos. Podría estar semanas escuchándole mientras me atasco a palomitas.
Encuentra aquí algunos títulos de Adolfo Castañón en nuestra librería.
En la conversación última que mantuvimos te preguntaba por tu postura ante la era digital y la gran polémica que el ebook ha suscitado en las esferas literarias; te preguntaba entonces si te considerabas apocalíptico o integrado. Con media sonrisa me contestaste que no tenías ni siquiera carnet de votante en México, enlazando con una muy interesante teoría sobre la lectura y el lector. ¿Podrías reproducirla para nuestro blog?
No sé si pueda yo reproducir con exactitud la órbita de mis gravitaciones conversadas. Trataré. Es cierto: formo parte de esa cantidad social que paga impuestos puntualmente, pero que carece de credencial emitida por el IFE (Instituto Federal Electoral), a pesar de que, dice una voz popular que «sin el IFE no hay quién se la rife», (creo que la citó alguien en un artículo sobre Carlos Monsiváis). Es cierto también que no he sido acarreado aún, en la esfera personal, a las cuadras del «cara-álbum» que llaman Facebook. También es cierto que formo parte de esa minoría, no sabemos si incómoda y bochornosa (¡nerd!) de los que leen libros, en parte porque así fueron educados, en parte porque así se ganan la vida, en parte porque prefieren esa distracción a la de la contemplación hechicera de las pantallas televisuales y electrónicas. Decía en esa conversación que sostuvimos la tarde del lunes 2 de septiembre en la terraza del Círculo de Bellas Artes, mientras menguaba la luz ambiente y veíamos pasar a los penúltimos turistas del verano, que, dado que en México, los lectores somos una minoría y que, dado que son más los no lectores que quieren asistir a como dé lugar al espectáculo de la lectura que ellos no se pueden permitir, ya sea porque los libros son muy caros o porque el tiempo de lectura es todavía más caro, me había yo dado a imaginar, a partir de mi propia experiencia, a lo largo y a lo ancho del país, en ferias, sí ferias, teatros, casas de la cultura, etcétera, la figura de un lector expiatorio. ¿A qué me refiero? ¿Te imaginas que tienes que tomar un autobús tras otro para ir a visitar improbables salas de lectura o cultura con el fin todavía más improbable de «promover» un libro, ya sea de Carlos Fuentes (fácil), Manuel José Othón (no tan fácil), Octavio Paz (no tan difícil), ante unos ciudadanos que han sido bombardeados por los medios de comunicación con la jeringa de la culpabilidad por no haber leído a Zaid o a Xirau, aunque sí estén familiarizados con los firmantes de artículos periodísticos y todavía más con aquellos abogados o detentadores de la «opinión pública» a quienes le pagan los Señores del Aire -como diría el filósofo español Javier Echeverría-, para que vayan pastoreando a las ovejas leyentes, semi leyentes, seudo leyentes, hacia los mercados?

La civilización del espectáculo para invocar el título de ese misterioso Best Seller de Mario Vargas Llosa se resuelve desde esta perspectiva en la irrupción de los civilizados como espectáculo. Los «civilizados», los leídos, los aburridos hombres de libro que prefieren la adicción a la letra y no a la pantalla. Nada de esto es nuevo. Ya en el siglo XVIII, en España, se hablaba de Los eruditos a la violeta. La Revolución Francesa mercantilizó la sedición en los salones y auspició que la cultura se transformase en un signo de estatus. De ahí, por ejemplo, la publicación de obras de divulgación como Le Grand Dictionnaire de la Conversation que se publicó por toda Europa. La oleada llega hasta Tom Wolf y su Hoguera de las vanidades. A todo mundo le gusta aplaudir a un buen músico o alguien que se sabe poemas de memoria. Sólo un puñado es capaz de comprender el secreto-placer público de aprenderse de memoria y en privado poemas. Lamentablemente ese puñado suele realizar esa práctica en situaciones límite, en la guerra, el holocausto o en las catacumbas de una cultura amenazada.
Con nosotros publicaste el volumen Viaje a México, conformado por ensayos diversos en torno a México. Te encargo ahora la difícil tarea de pensar en un volumen virtual que volviera a ocuparse de México, ¿inventarías para este blog posibles títulos de esos ensayos? ¿textos recientes y/o autores jóvenes de recomendada lectura? ¿Quizá un mini arbitrario de la literatura mexicana con menos letras?
El libro Viaje a México es una combinación de textos ya publicados y de textos nuevos: una especie de ropa vieja y ceviche. Viaje a México ha sido un libro exitoso y de hecho debo a la editorial Iberoamericana el haberme ayudado a armarlo y ajustarlo. Viaje a México es un libro que recapitula varias épocas. Quizás más bien se me ocurriría ahora una ensalada iberoamericana en la que cupieran presas marinas y montaraces, carpetovetónicas y americanas, crónicas de viaje, curantos, sancochos, cartas, diarios, poemas y desde luego un museo literario y artístico que fuese como una de esas mantas guatemaltecas donde cada pedazo de colcha representa un municipio o una región, una edad o un momento. Ese proyecto tendría que incluir textos sobre Alejandro Rossi, Rafael Cadenas, Eugenio Montejo, Fina García Marruz, Álvaro Mutis, José Balza o Gloria Posada.